El Día de Muertos, de raíces indígenas y elementos cristianos, celebra la vida y la memoria en México.
El Día de Muertos es una celebración profundamente arraigada en la cultura mexicana, que año tras año atrae la atención mundial por su singularidad y colorido. Esta tradición, que combina el respeto hacia los ancestros y un peculiar sentido de celebración, tiene sus raíces en las antiguas civilizaciones mesoamericanas y se ha enriquecido con elementos cristianos tras la llegada de los españoles. Más que una simple conmemoración, el Día de Muertos es un símbolo de identidad nacional, una expresión cultural que representa la relación única de México con la vida y la muerte.
El origen de esta tradición se remonta a las prácticas funerarias de las culturas prehispánicas, particularmente de los mexicas, mayas, purépechas y totonacas. En estas sociedades, la muerte no era el fin de la existencia, sino el paso a otro plano de la realidad. Los antiguos mesoamericanos creían que, después de la muerte, el alma de la persona viajaba a distintos destinos según la manera en la que había fallecido. Para los mexicas, por ejemplo, existía el Mictlán, un inframundo donde residían las almas de quienes morían de manera natural.
Al llegar los colonizadores españoles en el siglo XVI, estas creencias comenzaron a fusionarse con las prácticas cristianas del Día de Todos los Santos y el Día de los Fieles Difuntos, celebradas el 1 y 2 de noviembre, respectivamente. Los misioneros españoles, al no poder erradicar los antiguos rituales, promovieron la incorporación de los elementos cristianos para asimilar estas celebraciones indígenas. Así, surgió una festividad sincrética, donde se unen prácticas de origen indígena, como la colocación de altares y la ofrenda de alimentos y objetos, con símbolos cristianos como las cruces y las oraciones por los difuntos.
Los altares de muertos, uno de los elementos más icónicos de esta festividad, son mucho más que un simple homenaje visual. Cada elemento del altar tiene un significado particular. El agua, por ejemplo, calma la sed de las almas en su viaje; la sal purifica y protege; el copal y el incienso limpian el ambiente y guían a las almas; mientras que las flores, especialmente el cempasúchil, son consideradas guías espirituales debido a su fragancia. Además, las calaveritas de azúcar, el pan de muerto y los platillos típicos son ofrendas que simbolizan el amor y el respeto hacia aquellos que ya no están en el plano terrenal.
A lo largo de los siglos, el Día de Muertos ha evolucionado, adaptándose a los cambios sociales y culturales de México. Desde 2008, esta festividad ha sido reconocida como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO, un reconocimiento que resalta su importancia no solo como una celebración, sino como una manifestación cultural que fortalece el sentido de pertenencia y la identidad en México. En los últimos años, el Día de Muertos ha ganado popularidad internacional, especialmente a través de representaciones en cine y literatura, las cuales, aunque en algunos casos distorsionan la esencia de la tradición, han contribuido a dar a conocer su significado.
Para millones de mexicanos, el Día de Muertos es un momento de encuentro entre vivos y muertos, una oportunidad para recordar a los seres queridos que han partido y reafirmar el vínculo que los une. Esta celebración no es una simple nostalgia por el pasado; es una manera de reafirmar la vida y de recordar que, en la tradición mexicana, los muertos nunca están realmente ausentes, sino que permanecen en la memoria y el corazón de los vivos.
